Kent (y alrededores)

Como pasé muchos días en Kent (unos 13), y no en todos hice algo destacable, he decidido romper con mi costumbre de dividir los viajes en días, y en lugar de ello los dividiré por lugares. 
Ese país es un cliché andante. Con deciros que lo primero que vi al bajar en la primera escala en el continente fue un comité entero de judíos ortodoxos (de los de los ricitos en las orejas), y después, le pregunté indicaciones a un poli y me encontré al puñetero Capitán América (altísimo, cachas, rubio, ojos azules, guapísimo.OMG).

Kent

Según wikipedia, Kent es una ciudad ubicada en el condado de Portage, en Ohio (no dice mucho más). Bueno, no puedo opinar con total propiedad porque es el único sitio donde he vivido de EEUU, pero me pareció muy bonito, y muy cliché. No sé, EEUU es... todo lo que sale en las series y películas. No se han inventado nada. Es como si, para hacer una peli, dejaran la cámara en la calle y todo lo que sale, es lo que ahí existe. 

En fin. Lo que os iba diciendo. Kent es una ciudad muy pequeña. Como en todas las ciudades de EEUU menos Nueva York (y creo que Chicago), está construida a lo largo, en vez de a lo alto. Porque tierras, tienen para aburrir. Por lo tanto, el downtown (eso es, el centro de la ciudad), es diminuto, casi anecdótico. Vamos, que te lías hablando y cuando te quieres dar cuenta ya has salido de él. Como en Italia, no hay muchos lugares para ir andando, porque aquí las distancias son tan largas y la gasolina tan barata que merece la pena ir en coche a todas partes.
También es cierto, y eso es algo a lo que sí les doy mérito, que en yankilandia en lugar de ir a un terreno, derribar todo lo que hay, asfaltar y después, si eso, plantar árboles, es como que respetan un poco la naturaleza del lugar y se adaptan. La sensación que me dejan es la de que han ido surgiendo casas a la vez que árboles y setos. Y la verdad es que el resultado es precioso.
Pero bueno, no os aburro ya y os pongo las fotos.

Este es el "paisaje" que se veía desde la ventana del salón de la casa. Es un barrio residencial muy bonito y tranquilo (exageradamente tranquilo), y a unos pocos metros detrás de la casa había un río con un paisaje precioso. Yo no los he visto, pero mis tíos nos enviaron fotos de ciervos pastando en su jardín en invierno. Ciervos no lo sé, pero ardillas hay para aburrir. Claro, tanto árbol. Todas gordas, negras o marrones, muy cuquis.



¡Ardilla!

Y no sólo ardillas. Este pequeñín vivía debajo de los escalones del porche, es una ardilla listada tipo Chip y Chop, y en varias ocasiones no pude evitar dejarle algo de comida. Porque era tan cuquiiii. Más adelante descubrimos que vivía con su novia (¿que cómo sé que es su novia? Bueno, digamos que un día se despertaron fogosos y se pusieron a hacer... Chopitos ante nuestras atentas y enternecidas narices)

El downtown de Kent. Recientemente rehabilitado, lo cierto es que resulta un pueblo de lo más encantador.




En este callejón -creo recordar- estaban las que para mí fueron las mejores tiendas del pueblo: la tienda de cómics (of course), y una tienda donde vendían palomitas. Sí, palomitas. Nos compramos unas con sabor a caramelo que estaban que te caías de culo. Me hubiese alimentado sólo de eso durante todo el viaje. Bueno, hasta que descubrí los cinnamon rolls. Madre mía, pura droga que son.



Esta era una tienda de antigüedades alucinante. Y una anécdota: según mi tía, todo en este país se basa en la confianza. Era una tienda llena hasta los topes de un montón de artilugios y objetos pequeños de valor. Excepto los muy valiosos, como joyas, los demás estaban expuestos al alcance de cualquiera. Pero la dependienta apenas nos atendió desde la trastienda, y cuando le dijimos que sólo queríamos echar un vistazo, ni nos volvió a hablar. O sea, ni siquiera recuerdo qué pinta tiene. Nos dejó pasearnos por toda la tienda sin ninguna supervisión. ¿Apostamos cuánto habría durado una confianza así en nuestro querido país? En fin.





Excepto una o dos, todas estas preciosas casas eran hermandades universitarias. Como las de las pelis, sí.


La antigua estación de trenes. Había sido un restaurante durante mucho tiempo, al parecer.


Con su propio tren y todo.

Hablando de la confianza, esto estaba en una de las plazas del pueblo. Un lugar donde dejar y llevarse libremente libros infantiles. Me parece una iniciativa preciosa.



El río que os decía, con un puente que me recordó al de los Puentes de Madison. Muy auténtico todo, le faltaban los castores construyendo una presa. Por lo visto durante el siglo pasado había sido un auténtico vertedero, y desde la última década lo han intentado rehabilitar y volver a hacerlo potable para aumentar la vida salvaje y... bueno, la salubridad del pueblo.




En uno de los paseos nos encontramos con esta amiguita. Mi tía fue a tocar una flor que estaba justo sobre ella, y yo me quedé mirando en plan... ¿Eso es una serpiente de verdad? Por suerte ella parecía igual de aturdida que nosotras y no nos hizo nada. (Momento para recordar que yo llevo toda la vida viviendo en la ciudad y que nunca había visto una serpiente viva más allá de las tiendas de mascotas).


Algo que me contaron mis tíos sobre Estados Unidos es que es un país dividido por una línea: en un lado de la línea, si tienes suerte, vives en un lugar rico, con altos sueldos y por lo tanto tienes que pagar muchos impuestos a la comunidad. Con esos impuestos se financian cosas como los colegios (el colegio donde iban mis primos era alucinante, con piscina y campos de futbol y cosas así) y las bibliotecas, y gracias a eso puedes tener una buena educación que te permita ir a la universidad y tener un buen trabajo con un buen sueldo que te permita pagar impuestos altos. Pero al otro lado de la línea, si naces en una zona deprimida económicamente... ay, amigo. Búscate la vida.
En fin, os contaba esto para enseñaros lo increíble que es la biblioteca: esto es la entrada a la sección infantil.

Pero como país es absurdo. Como tienen que ir en coche a todas partes, no tienen la opción de acudir al supermercado de la esquina a por víveres, y por lo tanto sus compras son multitudinarias y absolutas. O sea, mirad el tamaño de esta caja de cereales.


Porque los supermercados están, como veis, en verdaderos polígonos industriales. Un poco como aquí los Carrefour.

Pero da igual, todo es absurdamente gigante aquí. O sea, mirad el tamaño de estas tortitas (¡con bacon y tortilla francesa! ¿Qué clase de animal se mete eso entre pecho y espalda para desayunar?) ¡Parecen crêpes! ¡Y ni siquiera yo hago las crêpes tan grandes!



Granja-museo y mercado Amish

La primera escapadita fue con un matrimonio australiano amigo de mis tíos. Nos llevaron muy amablemente a visitar una feria de ganado donde participaban los amish de la región, y después nos invitaron a acudir a una granja-museo amish del siglo XVIII.
Lo curioso de los amish es que por lo visto cada pueblo tiene como sus propias normas respecto a la adopción de prácticas modernas: algunos tienen triángulos luminosos en el carricoche, otros utilizan cremalleras y plásticos, otros nada de nada...
De hecho, era muy gracioso ver a las señoras vestidas de doncellas victorianas, con crocs o deportivas de Nike.

Por lo visto consideran una falta de respeto que les saquen fotos, así que todas tienen que ser de espaldas. Y no voy a ser la primera que falte al respeto a un amish. Porque serán todo lo que tú quieras, pero admiro su dedicación al trabajo.



Al lado de la feria había una especie de mercadito. Y donde en el mercadito de tu barrio tú puedes encontrar zapatillas de ir por casa, pues en yankilandia no puedes sino ver... rifles y escopetas. Claro que sí, guapi.



En el camino hacia la granja amish pasamos por un local especializado en chocolate casero. De hecho, había un rincón en la tienda por donde podías ver a las trabajadoras haciéndolo y empaquetándolo. Estaba de muerte y el local era precioso y encantador.


Y el paisaje frente a él, despatarrante.
Será porque soy del levante, pero los paisajes verdes siempre me dejan anonadada, y esta región parece que no tenga ni un solo hueco libre de árboles o naturaleza, con una gama de verdes profundos impresionantes.

Llegando a la granja, el lugar era precioso. Decía el matrimonio australiano que podías diferenciar la casa de un amish porque no había postes de electricidad ni nada por el estilo. ¿Cómo consiguen apañárselas sin electricidad? Debe ser muy impeditivo.





En el granero, parecía que la primavera había llegado justo a tiempo para recibir a absolutamente todas las crías del año. Todas las hembras de la granja parecían haber aprovechado para parir todas a la vez, y nos queríamos morir de amor más absoluto.




Las muñecas amish (de las que me enamoré profundamente, de hecho me compré una) no tienen cara para evitar un nosequé de la vanidad. Y ese amasijo de telas que hay al lado es una pelota. Desde luego, electricidad no tendrán pero reciclar, reciclan.





Un mueblecito especial para dejar los sombreros. Muy ocurrente.


Al parecer, tradicionalmente son los hombres amish los que llevan botones, mientras que las mujeres se abrochan los delantales y los vestidos con simples alfileres. La explicación es que los botones son más valiosos, y ya que los hombres hacen trabajos físicos más duros, los necesitan más. Sin embargo, tanto niños como niñas llevan botones (porque se pasan el día haciendo el cabra por igual).



El guía que nos hizo la visita por la casa (llamado Samwel y por cierto, muy guapo), había sido menonita pero había abandonado su pueblo para, por lo visto, vivir aventuras, pues había vivido en muchos países diferentes (y chapurreaba un poco de castellano). Es curioso ver que la gente puede tener unas vidas tan diferentes a la tuya.


Pueblo del siglo XIX

Otro día fuimos a visitar un pueblo que a mí me recordó inmediatamente a la peli de El Bosque, sólo que deshabitado y no rodeado por un inquietante bosque lleno de criaturas falsas. 
Bueno, que me desvío. Era un pueblo artificial compuesto por casas del siglo XIX que habían sido rescatadas de otros lugares y trasladadas allí a la manera de pueblo antiguo.

Aunque antes de ir allí, paramos a comprar y probar auténtico y casero sirope de arce. No me gustó mucho, pues como todo en este país, es increíblemente dulce. Es como comer azúcar líquido. Pero el lugar donde lo vendían, es súper auténtico.





Este es el pueblo que os decía, ojalá pudiera recordar el nombre. Tenía un montón de casas, cada una con un propósito.



Por ejemplo, el colegio...

Amueblado por dentro con sus pupitres y sus pizarritas.


La iglesia.

La farmacia y la casa de la modista, que a mí, personalmente, me enamoró. Ahí es donde quiero vivir <3 p="">



¿Es cuqui o no es cuqui?


La estación de trenes.


Con su tren y con sus maletas dentro y todo.




El aserradero.

Gallinas en la granja.


El pequeño huerto.


Y un caballo que parecía majo al principio pero que tenía un cartel que rezaba "no tocar, el caballo muerde". Aun así me acerqué peligrosamente para que hacerme una foto con él. Es que ¡mira qué ojitos tiene!






El ayuntamiento.






Y un pozo que había ya fuera del lugar. Parece el pozo de los deseos de Blancanieves. Igual le tenía que haber cantado algo, no sé. O igual no, que con lo mal que canto en lugar de un príncipe encantador me sale la Niña de The Ring.



Stan Hywett Hall&Garden

Creo que, exceptuando las cataratas del Niágara, esta es la visita que más me impresionó. Se trata de la casa de uno de los fundadores de la marca Goodyear, que al parecer fue construida por el mismo fundador, un loco de los gadgets; y por su mujer, una loca de la historia y las antigüedades. Juntos viajaron por Europa buscando un estilo arquitectónico que les gustara para su nueva casa, y encontraron el estilo inglés Tudor. Así que lo trajeron aquí y crearon un neotudor.





Ya que la mujer era una apasionada por la historia, trajo toda clase de antigüedades reales, como esos tapices o las estructuras de madera que podemos ver en las paredes. Y las que no eran reales, trató de hacer parecer que lo eran. Por ejemplo, al instalar el suelo de uno de los pasillos se dieron cuenta de que quedaba "muy nuevo", así que contrató gente expresamente para que lo desgastaran a base de caminar sobre él, saltar...
Aunque era una casa con calefacción central, instaló una chimenea en cada habitación, pues así es como eran las mansiones Tudor de la época.







La salita de juegos.



También era una apasionada de la música y el canto, y tenía una sala enorme sólo para dar y recibir recitales. Fundó un club musical que sigue hasta hoy en día.



Este mosaico representa una leyenda inglesa que ya no recuerdo, pero es precioso.



La biblioteca.


Todos los paneles estaban pintados a mano.



El comedor principal.



Y mientras que la mujer era una fanática de la historia, el marido era un nerd total. Apasionado de los gadgets y la tecnología "moderna" (de la época. Recordad que hablamos de 1900 y poco). Por ejemplo, toda la casa tenía electricidad, con interruptores en cada habitación. Teléfonos cada pocos metros, calefacción centralizada, e incluso sistema de prevención de incendios. Además, estaba aprovechada para ser súper eficiente: el suelo de la cocina de los criados estaba hecho de caucho, para evitar que se rompieran los platos que pudieran caer.


Esta cocina, si no recuerdo mal, estaba preparada para funcionar a leña, a gas y a electricidad. ¿Por qué? Por si acaso, supongo. No querrás que se te arruine el pavo de Navidad porque de pronto haya un corte en el suministro de luz y en el de gas. Oye, nunca se sabe.


El salón para desayunar. Porque, ¿para qué tener un sólo salón cuando puedes tener cientos?



Piscina cubierta, que podían aprovechar los criados cuando los dueños de la casa se iban de vacaciones a su finca de verano. Eso que hay ahí a la izquierda es un secador de pelo. Recordemos, 1900...


The men's cave.

El despacho, con su propio equipo de radiofrecuencia.


Tenían un ala exclusivamente para los invitados, con al menos unas cuatro o cinco habitaciones dobles.
Yo creo que al final la familia ni se veía, sería súper difícil coincidir por los pasillos.



El cuarto de costura. En serio, envidio a los ricos. Había una habitación sólo para el arreglo floral. Es que me lo imagino:
-Hola, soy rica. Mis criados han recogido las flores frescas del jardín y ahora me voy a hacer un ramo a la habitación del arreglo floral.
-Hola, soy Nep. Un paki me ha regalado una rosa mustia en la plaza y me voy a cortarle el tallo a... a la cocina. A ver si encuentro un jarrón. (La rosa acaba en un vaso de Coca Cola).




Ducha de hidromasaje. Me encanta lo steampunk que parece todo.



Estos dibujos tienen una historia graciosa detrás. El primero, el del Kaiser, lo dibujó el hijo mayor de la familia (una familia con siete hijos), cuando luchó en la primera guerra mundial. El hijo pequeño, por su parte, dibujó el de Hitler cuando luchó en la segunda guerra mundial. Y es tan gracioso que lo han dejado así.




Este era mi dormitorio favorito, el de la hija pequeña. Super, super cuqui. Yo quiero que mi cuarto sea así >0<


¡Mirad los apliques!



El dormitorio principal, el de los patriarcas de la familia.



Un vestidor con ropa de la época.


Y la salita de las mujeres. La mujer era una gran cantante pero con los años perdió la voz y se dedicó a la pintura. Y no se le daba nada mal.


Los exteriores y jardines también eran impresionantes, por supuesto.










Porque, de nuevo, ¿por qué conformarse con un solo jardín cuando puedes tener varios? Este estaba todo rodeado por un muro, y se entraba a través de una especie de casita. Como si fuera un jardín secreto.




También había un jardín japonés precioso, con un arco tori y altarcillos.






Esta explanada la allanaron para jugar a los bolos. En serio, que sí.


El jardín inglés, todo repleto de flores.






Y el invernadero, porque sería una tragedia no tener cactus en diciembre.





Cataratas del Niágara

Técnicamente están en el estado de Nueva York, pero como fuimos y volvimos en el mismo día, lo considero una excursión de los "alrededores de Kent". Y a quien no le guste... que no lea.
Bueno, creo que lo que más sorprende de las cataratas es, a parte de lo grandes que son y la violencia de su caída, que están en mitad de la ciudad. Ahí, vas caminando y de pronto, ¡oh! Las cataratas. No es que estén en mitad de un monte o de un parque natural. Nop, la ciudad.
De hecho, dos ciudades. Porque son la frontera natural entre Estados Unidos y Canadá.



Y hay gaviotas, muchas, muchas gaviotas anidando en toda la ladera.



A lo que es la parte gorda de las cataratas no pude hacerles foto porque la condensación de agua era tan fuerte que se veía todo blanco.


Y yo no podía dejar de imaginarme a los primeros colonos atravesando estas tierras y diciendo algo como:
-Qué río tan bonito para navegar mientras descubro estas tierras repletas de salvajes. Oh, vaya, parece que las aguas cada vez van más deprisa. Oh, ¿qué es eso de ahí delante? Oh...





Esto era la Cueva del Viento. Entrabas dentro de la pared de roca y bajabas no sé si era la altura de veinte pisos o así, hasta llegar al nivel del agua. Allí habían puesto toda una estructura en escaleras que te permitía meterte debajo de una catarata pequeña. Entre el ruido, el dolor de la violencia del agua y el frío, de verdad que admiro a los monjes que pueden meditar ahí debajo.





¡Ardilla! En serio, hay chorrocientas. Me encantan.







Y yasta.